Alimentos orgánicos: ¿es costeable ser ético?

Mucha polémica se ha levantado últimamente en el tema de los productos orgánicos ¿En realidad representan una mejor opción a la hora de hacer mercado? Algunos estudios sostienen que no hay mucha diferencia nutricional entre una manzana orgánica y otra producida a gran escala. Otros alegan que el nivel de pesticidas presentes en los alimentos orgánicos nos hará crecer un tumor, alterar nuestros ciclos hormonales e incluso acortar nuestro tiempo vital. Pero no sólo se trata de cómo alimentamos nuestro cuerpo sino de cómo afectamos al planeta tierra y a la humanidad con nuestro modo de vida.

Así con todo, no hay nada más deseable para el ser humano que ser bello, saludable y atractivo. No obstante, muchos de nosotros hemos llegado a confundir calidad con cantidad. Muchas veces preferimos comprar una docena de manzanas "normales" a tres orgánicas para luego, sin ningún remordimiento, desechar una parte de ellas por haberse puesto rancias. Lo que hemos obviado más de una vez es que las implicaciones de los alimentos orgánicos no sólo se limitan a sus aspectos nutricionales, sino a todas las facetas de su proceso de producción. Y precisamente eso es lo que parecemos haber olvidado, el preguntarnos ¿cuál es el verdadero precio de esta manzana?

Desde el mismo agricultor que decidió utilizar abonos naturales hasta la cadena de supermercado que le apuesta a la venta de leche libre de hormonas y antibióticos, cada uno de esos intermediarios que hacen posible el cultivo y comercialización de orgánicos han decidido hacer un compromiso ético con nuestra tierra y un futuro para nuestra humanidad libre de venenos. Y es aquí en donde nuestro desconocimiento de los procesos de producción de los alimentos se hace cada vez más patente. Porque lo que muchos no sabemos es que la misma compañía que produce el glifosato para rociar verduras y frutas es la mismísima compañía que comercializaba el agente naranja en la guerra de Vietnam. Y si su curiosidad lo empuja un poco más allá de este artículo, lo invito a que inserte en Google palabras tales como agente naranja o el mundo según Monsanto.

No obstante, siempre estamos prestos a hacer el truco de Poncio Pilato y desviar nuestra atención de las causas y consecuencias que nuestras elecciones como consumidores pueden tener en la escritura de la historia humana. ¿A quién culpar? ¿A los medios? ¿A las limitaciones impuestas por nuestra capacidad adquisitiva? ¿A nuestro propio hedonismo? Querámoslo o no, nos hemos convertido en esclavos de nuestras propias necesidades. ¿Acaso puede usted diferenciar de lo que es absolutamente necesario y lo que no lo es?

Lo que sí es absolutamente seguro es que mientras muchos de nosotros comemos compulsivamente alimentos rociados con veneno, otro tanto se está muriendo de hambre. En ambos cabos de la soga, la morbilidad es una constante. Y para todo aquel que está detrás de la línea que separa la pobreza de la frugalidad, se hace necesario identificar no sólo la propia vulnerabilidad como ser humano sino también el inmenso poder que se tiene como consumidor dotado de consciencia.

En vez de anestesiar nuestro sentido de responsabilidad social e histórica, deberíamos empezar a hacernos preguntas. Preguntas sobre la verdadera calidad de los alimentos que consumimos, no sólo nutricionalmente sino también a un nivel ético: ¿cómo afecto yo a la humanidad comprando esta manzana orgánica en vez de aquella docena de las otras? Así, cada vez que tengamos que hacer una elección mientras empujamos nuestro carrito del supermercado, habría que pensar si realmente vale la pena costear ser autómatas en estos tiempos de crisis que, sin duda alguna, se extiende más allá de lo económico y lo nutricional.

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